En los últimos años, la alimentación y todo lo
que la envuelve ha ido cambiando paulatinamente. Ahora consumimos todo el año
frutas y verduras, sin importar que sean de temporada o de donde procedan. Hay
frutas que no saben a nada, pero además están repletas de pesticidas que no
vemos ni percibimos, pero que llegan a nuestro organismo de manera inevitable.
Agrotóxicos en la cocina
Actualmente se sabe sin ninguna duda, que la
dieta está relacionada directamente con muchas enfermedades, como la diabetes,
el cáncer, y las dolencias cardiovasculares y reumáticas. El abuso de comidas
procesadas y de azúcares, son dos hábitos que tarde o temprano repercutirán
negativamente en la salud.
Pero más allá de eso, están los enemigos
invisibles que consumimos con los alimentos, los pesticidas y herbicidas que lo
inundan todo sin remedio, a no ser que se consuman productos ecológicos.
Estas sustancias utilizadas continuamente,
provocan que malas hierbas e insectos generen resistencia, lo que lleva a utilizarlas
de manera más frecuente y más abundante.
Generalmente se nos dice que las cantidades que
se utilizan no son preocupantes para la salud. Este discurso se ha utilizado
siempre, incluso con productos que con el tiempo han sido retirados del mercado
al comprobarse su efecto dañino. Recordemos el tristemente famoso DDT, un
insecticida descubierto en 1939 y utilizado para acabar con las plagas de insectos en el
campo. Después de la Segunda Guerra Mundial se utilizó de forma abundante, sin
tener la seguridad de su inocuidad para el medio ambiente y para las personas. En
1962 surgieron los primeros signos de alarma y se comprobó que afectaba a la
reproducción de las aves, además de crear resistencia en distintos insectos.
Ante este hecho, se aumentó la cantidad para seguir tratando las plagas
agrícolas. Más tarde se relacionó con enfermedades hepáticas, nerviosas y con
el cáncer de mama en las mujeres. El DDT se prohibió en 1972.
Se sabe que verduras y frutas en ocasiones
contienen agrotóxicos en cantidades superiores a las recomendadas, sin contar
con las mezclas que se producen y que resultan sumamente perjudiciales para la
salud.
Y a esto se puede añadir la cantidad de
aditivos que les agregan a los alimentos, para mejorar su apariencia,
su conservación o su sabor. Podemos citar como ejemplo el E-171, que está
siendo investigado en Francia por ser un posible carcinógeno, y que se añade a
chicles, dentífricos, galletas, golosinas infantiles, yogures, cremas solares y
cosméticos.
Entre el hambre y la obesidad
Producimos suficiente comida para todos, pero a
pesar de ello, más de 800 millones de personas pasan hambre. Resultaría hasta
cómico, si no fuese por la tragedia que representa, escuchar a los defensores
de los alimentos transgénicos asegurar que con ellos se terminaría el hambre en
el mundo. No son transgénicos lo que hace falta, lo que se necesita es voluntad
y tener claro que las personas son más importantes que los intereses económicos.
Mientras en el mundo rico se tiran millones de
toneladas de comida y la gente enferma por comer demasiado y mal, en otras
partes del mundo millones de personas mueren de hambre. Y esto también forma
parte del negocio de los alimentos.
Beatriz Moragues - Derechos Reservados
Para saber más
No hay comentarios:
Publicar un comentario